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Bøger af José María Blanco White

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  • af José María Blanco White
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    Costumbres húngaras es un relato de José María Blanco White con una peripecia infinita. Empieza con un recorrido por el Támesis en barco, luego la trama se deleita en el paisaje y evoca con nostalgia a España. Y así entre el paisaje emerge el personaje que servirá de coartada para la historia y las peripecias varias que se irán sucediendo.El narrador y el protagonista se dirigen a la casa del último y allí un cuadro reconduce la historia hacia Viena, en la que el protagonista ha pasado su juventud. Es entonces el momento en que éste narra una historia de amor dramática transcurrida durante un viaje de juventud a Hungría. Y parece que las Costumbres húngaras terminan siendo dramáticas en extremo...

  • af José María Blanco White
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    "Luisa de Bustamante", de José María Blanco White. José María Blanco White fue un escritor, pensador, teólogo, periodista, sacerdote católico y unitarista español (1775-1841)

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    "Cartas desde mi celda", de José María Blanco White. José María Blanco White fue un escritor, pensador, teólogo, periodista, sacerdote católico y unitarista español (1775-1841)

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    Las noticias más antiguas que tenemos de Inglaterra o Gran Bretaña (llamada así por distinguirla de la provincia de Francia del mismo nombre) son las que nos han dejado los Romanos. Julio César, habiéndose apoderado de lo que ahora llamamos Francia, y antes, Gallia o Gaula, pasó el angosto canal que separa los dos reinos, y venciendo a los semibárbaros que en vano se oponían al valor y disciplina militar de los Romanos, añadió una provincia más a aquel vasto imperio.La condición y estado de los Britanos en el interior de la isla era muy semejante a la de salvajes que empiezan a sujetarse a leyes religiosas en el estado de pastores, que es el segundo paso en la carrera de la civilización. Vivían en chozas con techos pajizos y se mantenían de leche y carnes de sus grandes rebaños. Eran también aficionados a la caza, que abundaba en los montes. Las pieles de los animales que mataban les servían de vestidos para el tronco del cuerpo; los brazos, piernas y muslos no tenían otra cubierta o adorno que un tinte azul sobre el mismo cutis. Dejábanse crecer la cabellera, que caía libre sobre la espalda y los hombros; la barba, por el contrario, llevaban cortada a raíz, a no ser sobre el labio superior como los soldados en nuestros tiempos.

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    Bien quisiera yo, amigos lectores españoles, tener la pluma de Cervantes para con ella ganar vuestra benevolencia en favor de la narración que me propongo escribir. Pero, aunque el mismo suelo y cielo vieron nacer al célebre ingenio que ha sido y será por siglos la admiración de Europa y al oscuro individuo que esto escribe, la naturaleza dotó al uno con sus mejores dones y dejó al otro, si no desheredado enteramente, a lo más con un corto patrimonio en la república de las letras. Añádase a esto una ausencia de treinta años que casi lo han hecho extranjero en su patria, y no será difícil conjeturar con qué poca confianza emprende, enfermo y casi moribundo, la composición de una obra en español.Pronto, me temo, vendrán muchos a preguntarme: ¿por qué la emprendes? A esta pregunta responderé diciendo que la naturaleza es más poderosa que la costumbre y que es ley bien conocida de la condición humana que, a medida que envejecemos, se rejuvenecen las impresiones de la niñez y de los verdes años. Nada, paisanos míos: me empecé a convencer, algunos años ha, que había entrado dentro de los términos de la vejez con el perpetuo revivir que noté en mí de imágenes y memorias españolas. Hasta mis sueños, que por muchos años habían sido, por decirlo así, en mi lengua adoptiva, comenzaron a mezclar con el otro idioma el castellano. Desde entonces he sentido un vivo deseo de probar si el cielo me concedería, en el corto espacio que me puede quedar de vida, la satisfacción de dejar siquiera una obrita a España en que sus hijos hallasen tal cual entretenimiento unido con algún provecho.

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    Muy Sr. mío: Hace algunos días que recibí una carta de Cádiz escrita por un sujeto de indudable crédito y veracidad, e impuesto bastante a fondo en los negocios públicos, de la cual he creído conveniente dar a Vd. noticia, porque según veo, Vd. tiene muy pocas directamente de aquel pueblo. Mis noticias no son agradables, y si yo hubiera de publicarlas con mi nombre seguramente no habrían salido de mi cartera; mas como Vd. en estas materias tiene ya poco que perder, quiero decir, como el odio que Vd. ha excitado en muchos de sus paisanos no ha de crecer ni menguar porque diga Vd. algo de nuevo que les disguste, me determino a mandar mis noticias, envueltas en un centón de reflexiones, por si quiere Vd. publicarlas, y, como decimos comúnmente, sufrir por mí las pedradas.«Ya sabe Vd., dice mi amigo de Cádiz, que yo he sido de los más alegres en materias de revolución de España; pero he venido últimamente a caer en mucho desaliento. Las Cortes, en que teníamos puestas nuestras últimas esperanzas, han errado el golpe, y no han excitado, o no han sabido conservar el espíritu público que podía salvarnos. Perdida la primera ocasión es difícil que puedan hacer nada. Y no es porque no haya en las Cortes hombres de mucho provecho; no porque en general sus individuos carezcan de buena intención, ni patriotismo, sino porque, siendo muy buenos, no son lo que las circunstancias de España exigían: han hablado y no han hecho nada. El Consejo de Regencia participa en sumo grado de la debilidad de todos los anteriores gobiernos; pero ¿quién había de creer que tiene acaso preocupaciones más dañosas que aquéllos? ¿Quién había de creer que un hombre de los talentos de Blake, había de incurrir en el error de oponerse al único medio de formar un tal cual ejército, quiero decir, la admisión de oficiales ingleses y austríacos?».

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    Las Cartas de Juan Sintierra fueron publicadas por José María Blanco White entre marzo y diciembre de 1811 en el periódico londinense El Español. Son una lúcida crítica a las Cortes de Cádiz, en un momento de incipiente desarrollo de los modelos constitucionales en España. Sin embargo, en estas cartas Blanco White es pesimista en sus expectativas. No cree que los miembros de las Cortes sepan legislar a la altura del momento histórico que vive el país. Por entonces España estaba bajo la ocupación francesa y el reinado de José Bonaparte.En esos tiempos Blanco White es un Juan Sintierra, vive exiliado en Londres, a salvo de las persecuciones provocadas por el fervor religioso de su patria. Jamás soñó que años después sería incluido en la Historia de los heterodoxos españoles, de Marcelino Menéndez y Pelayo. Dejemos que el autor hable. A continuación citamos la primera de las Cartas de Juan Sintierra.Señor Editor del Español:Muy señor mío: Hace algunos días que recibí una carta de Cádiz escrita por un sujeto de indudable crédito y veracidad, e impuesto bastante a fondo en los negocios públicos, de la cual he creído conveniente dar a usted noticia, porque según veo, usted tiene muy pocas directamente de aquel pueblo. Mis noticias no son agradables, y si yo hubiera de publicarlas con mi nombre seguramente no habrían salido de mi cartera; mas como usted en estas materias tiene ya poco que perder, quiero decir, como el odio que usted ha excitado en muchos de sus paisanos no ha de crecer ni menguar porque diga usted algo de nuevo que les disguste, me determino a mandar mis noticias, envueltas en un centón de reflexiones, por si quiere usted publicarlas, y, como decimos comúnmente, sufrir por mí las pedradas.Ya sabe usted, dice mi amigo de Cádiz, que yo he sido de los más alegres en materias de revolución de España; pero he venido últimamente a caer en mucho desaliento. Las Cortes, en que teníamos puestas nuestras últimas esperanzas, han errado el golpe, y no han excitado, o no han sabido conservar el espíritu público que podía salvarnos. Perdida la primera ocasión es difícil que puedan hacer nada. Y no es porque no haya en las Cortes hombres de mucho provecho; no porque en general sus individuos carezcan de buena intención, ni patriotismo, sino porque, siendo muy buenos, no son lo que las circunstancias de España exigían: han hablado y no han hecho nada...Juan Sintierra

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  • af José María Blanco White
    143,95 kr.

    Dos relatos de Jose Maria Blanco White incluye las siguientes narraciones: Costumbres hungaras y El alcazar de Sevilla. Costumbres hngaras empieza con un recorrido por el Tmesis en barco. El relato de Blanco White se deleita en el paisaje y se evoca con nostalgia a Espaa. Luego entre el paisaje emerge el personaje que servir de coartada para la historia y las peripecias varias que se irn sucediendo. El narrador y el protagonista se dirigen a la casa del ltimo y all un cuadro reconduce la historia hacia Viena, en la que el protagonista ha pasado su juventud. Es entonces el momento en que el personaje principal narra una historia de amor dramtica transcurrida durante un viaje de juventud a Hungra. Y parece que las Costumbres hngaras terminan siendo dramticas en extremoEl alczar de Sevilla es un relato en que se entretejen diferentes historias sevillanas. Dos personajes nos atrapan en un dilogo en que se cuentan historias sobre Mara Padilla, Pedro o el Cruel, el Romancero y la ciudad de Sevilla. El final nos sorprende con una historia de moriscos que regresan en secreto a la ciudad de sus sueos:"e;Entre las desventuradas familias de moriscos espaoles que se vieron forzados a salir de Espaa por los aos de 1610, se contaba la de un rico labrador, dueo de esa misma casa de que hemos hablado. Como el objeto principal del gobierno en la expulsin de los moriscos fue evitar que se llevasen consigo sus riquezas, muchos de ellos las enterraron, esperando en mejores tiempos el permiso de volver de frica a sus antiguos hogares. Mulei Hasem haba mandado construir una bveda debajo del ancho zagun de su casa. Tom sus precauciones para que nada echasen de ver sus vecinos; deposit en la bveda una gran cantidad de perlas y oro, e hizo conjurar el sitio por otro morisco, diestro en el arte diablica."e;

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