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Cualquier encuentro conlleva en sí una despedida; definitiva o no, depende muchas veces de nosotros, del poso, dulce o amargo, que ese encuentro nos haya dejado bajo la piel; de la necesidad, por tanto, que tengamos de repetirlo o pasar página. Y siempre más muestra esa necesidad del otro aún no saciada, ese deseo de explorar más en los tesoros que aguardan, en todas esas palabras que pululan por el aire a la espera de echar raíces. Cada uno de los versos de este poemario pretende, desde la humildad de lo efímero, acortar distancias, eliminar errores puramente geográficos, allanar los caminos de un más que no admite recortes.Este poemario, queridos lectores, es ante todo el encuentro de uno mismo a través del amor, de ese ir más allá de nuestros propios miedos y creencias, dejando el corazón y el pensamiento libres, para llegar hasta allí donde se desea. Dejemos, pues, que la poesía hable; volemos juntos, si queréis, leyendo; hagamos realidad, cada día un poco más los sueños y, sin despedirnos todavía, no escatimemos las muestras de cariño, los besos; los besos Y SIEMPRE MáS.
En una estación es posible encontrar aquello que se busca o se ha perdido; es un lugar donde uno se acerca a la aventura, sin miedo; donde ya no es preciso ningún número para medir distancias; donde todo es posible y todo cabe bajo un mismo reloj, sin cuerdas y sin pesos. Una estación de cercanías une, ahora más que nunca necesaria, en una misma vía, trenes y viajeros expectantes, que llegan, van llegando, con las manos extendidas a compartir vivencias, en esta última parada que es LA VIDA.
La sed, necesidad universal, también recala en lo aparentemente inanimado y duro de las piedras. Ablandar realidades, a veces opresivas y poco dadas a la caricia, es un deseo que gota a gota se filtra por los dedos con la intención de devolver lo inquebrantable e insensible a sus orígenes, un simple grano de arena en el cálido infinito de una playa. La sed de las piedras es la búsqueda en la naturaleza de todo aquello que nos hace humanos y nos desintegra, nos llena de grietas por donde se escapa el aire. Seamos pues esa sed devoradora que nos destruye y nos construye nuevamente con lo más simple que parece inagotable: nuestra capacidad de amar.
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