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Sin frases hiperbólicas, como si fuese el orden normal de las cosas, la presencia de lo extraño, insólito y fantástico, que en algunos momentos traspasa la frontera del horror, campea en los bien elaborados cuentos de Rebeca Becerra. Cuentos en los que se ha esfumado toda intención mimética para dar paso a la fuerza simbólica del lenguaje convertido en metáfora de un universo controlado por fuerzas oscuras y perversas. Cuentos que dicen más de lo que enuncian. Que primero desconciertan pero que después sorprenden por su acabado diseño tras el cual se perciben las huellas de la profunda incertidumbre contemporánea en un espacio global en donde el ser humano ha perdido las certezas que le inyectaban fe y optimismo. Una debacle generalizada en donde casi no se vislumbra la posibilidad de recuperar el mítico paraíso. En el horizonte, el muro, la caída libre y la puerta con doble cerrojo.Con precisión e intensidad, cada texto tiene su propia lógica y constituye un universo cerrado y autosuficiente. El pequeño hombrecito -homúnculo sería la palabra que lo define- devorando niños y cavando un agujero siniestro que engulle lo que hay a su alrededor. Los trompos, reflejos de vidas humanas girando como las infinitas partículas de polvo perceptibles en un rayo de luz, motivo único en los lienzos de Sofía, pintora "experta en espejismos". El haz luminoso multiplicado por los grandes espejos que dibuja arabescos y la transmutan en luz, quizá reflejo de la emoción que atraviesa y envuelve su cuerpo. Sofía, la mujer, y los polivalentes cuadros como entidad única. Similarmente la enigmática fotografía cambia de formas y comporta ominosos presagios. Nada es estático. La realidad es lábil, evanescente, y relativa.Vigila Argos, el gato ciego cuya condición de ciego conlleva cien ojos de visión permanente. Imposible escapar a la mirada hipnótica que ve más allá de lo aparente. Símbolo que se duplica en otro texto cuando una sola mirada basta para penetrar en un conglomerado social sometido al escrutinio abusivo de su intimidad personal, tal como lleva a cabo un misántropo mentalmente perturbado: el conserje-aseador violador de la correspondencia, calco del ojo ubicuo del subterráneo y maquiavélico control social. Un mundo en donde, pese a seguir las instrucciones, fallan las mágicas recetas de consumo fácil y también las expectativas de rehacer los lazos afectivos rotos por el tiempo, la desconfianza o la antisolidaridad. Todo se desmorona en el micromundo de cada personaje. Todo se resquebraja en el amplio de la esfera planetaria.Magnífico título en la compilación de historias unificadas por una atmósfera ominosa y opresiva en las que se palpa una violencia soterrada, fluctuante e indefinida. En donde no hay derrota de los "malos". El cuento del hombrecito, después del cataclismo que provoca, remata en dos o tres frases que expresan su frialdad y desparpajo: "se quitó el sombrero para sacudirlo, también sacudió del traje negro algunas gotas de lluvia. Dio un brinco y desapareció entre la apacible neblina de la madrugada". Triunfa, también, el conserje fisgón de vidas ajenas que se ufana de su hazaña: "El techo se ha llenado de palabras, mi vida se ha llenado de palabras. Nadie lo sabe, solamente yo, yo, un maldito conserje-aseador que quizás ha podido leer el corazón del mundo".¡Qué bien por Rebeca Becerra que trabajó sus textos narrativos con la misma precisión de su legado poético! Con la fuerza de las poderosas imágenes que construye. Pero, sobre todo, qué bien por la cuentística hondureña que se enriquece con Enigma del gato ciego.Helen Umaña
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