Bag om Insolacion
La primer señal por donde AsÃs Taboada se hizo cargo de que habÃa salido de los limbos del sueño, fue un dolor como si le barrenasen las sienes de parte a parte con un barreno finÃsimo; luego le pareció que las raÃces del pelo se le convertÃan en millares de puntas de aguja y se le clavaban en el cráneo. También notó que la boca estaba pegajosita, amarga y seca; la lengua, hecha un pedazo de esparto; las mejillas ardÃan; latÃan desaforadamente las arterias; y el cuerpo declaraba a gritos que, si era ya hora muy razonable de saltar de cama, no estaba él para valentÃas tales. Suspiró la señora; dio una vuelta, convenciéndose de que tenÃa molidÃsimos los huesos; alcanzó el cordón de la campanilla, y tiró con garbo. Entró la doncella, pisando quedo, y entreabrió las maderas del cuarto-tocador. Una flecha de luz se coló en la alcoba, y AsÃs exclamó con voz ronca y debilitada: -Menos abierto... Muy poco... AsÃ. -¿Cómo le va, señorita? -preguntó muy solÃcita la Ãngela (por mal nombre Diabla)-. ¿Se encuentra algo más aliviada ahora? -SÃ, hija..., pero se me abre la cabeza en dos. -¡Ay! ¿Tenemos la maldita de la jaquecona? -Clavada... A ver si me traes una taza de tila... -¿Muy cargada, señorita? -Regular... -Voy volando.
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