Bag om La calavera que gritaba
La he oído gritar a menudo. No, no estoy nervioso, no; no me dejo llevar por la imaginación, y sigo sin creer en fantasmas, a menos que esto sea uno. Sea lo que sea, me odia casi tanto como odiaba a Luke Pratt, y sus gritos me están destinados. Yo, en lugar de usted, no explicaría nunca una historia referente a los métodos de asesinato más ingeniosos; nunca se puede saber si alguien, sentado en su misma mesa, no siente cierto cansancio de su cónyuge. Me he reprochado a menudo, enérgicamente, la muerte de la señora Pratt, y supongo que tengo alguna responsabilidad en su defunción, si bien, el cielo es testigo, nunca le desee nada que no fuera una larga y feliz existencia. Si yo no hubiera explicado aquella historia, quizás la señora Pratt continuaría con vida. Me parece que es por esto que esa cosa me grita sus amenazas. La señora Pratt era una buena mujer; tenía, bien mirado, un temperamento agradable y una bella voz. Pero recuerdo haberla oído chillar, un día, al imaginarse que su hijo había fallecido a causa de un disparo; el revolver se había disparado solo, cuando nadie lo creía cargado. Aquel chillido era el mismo, exactamente el mismo, con una especie de trino agudo al final; ¿entiende lo que quiero decir? Claro que sí.
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