Bag om La horda
La capital dominadora y triunfante parecia abrumar el espacio con su pesada grandeza. [...] Era hermosa y sin piedad. Arrojaba la miseria lejos de ella, negando su existencia. Si alguna vez pensaba en los infelices, era para levantar en sus afueras monasterios, donde las imagenes de palo estaban mejor cuidadas que los hijos de Dios, de carne y hueso; conventos de monstruosa grandeza, cuyas campanas tocaban y tocaban en el vacio, sin que nadie las oyese. Los pobres, los desesperados, no entendian su lenguaje: adivinaban lo falso de su sonido. Tocaban para otros; no eran llamamientos de amor: eran bufidos de vanidad. Alguna vez la horda dejaria de permanecer inmovil. Los que entraban en Madrid al amanecer se presentarian a mediodia. Ya no aceptarian los despojos: pedirian su parte; no tenderian la mano: exigirian con altivez. Y las gentes felices temblarian de pavor ante las caras amenazantes, las vestiduras miserables, las miradas de famelico estrabismo, los anhelos locos y criminales de destruccion. Donde se habian ocultado hasta entonces aquellos monstruos? De que antro surgian?... Y bien, gentes dichosas, habeis vivido con ellos sin saberlo. Acampaban junto a vuestros muros, pasaban todos los dias ante vuestras puertas a la hora de vuestro sueno. No les habeis visto porque eran debiles, porque se arrastraban humildes. Negabais su existencia porque no proferian amenazas. Ni piedad ni misericordia tuvisteis con ellos cuando aun era tiempo...
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